En un lejano tablero de madera, vivía un Rey Blanco orgulloso y testarudo. Cansado de escuchar a todos decirle qué hacer, un día exclamó:
—¡Basta! Ya no necesito torres, caballos ni peones. ¡Puedo ganar esta partida yo solo!
La Reina, con su sabiduría, le advirtió:
—Majestad, el ajedrez no es un juego de egos, sino de equipo. Solo no llegarás lejos.
Pero el Rey no escuchó. Ordenó a todas las piezas que se retiraran, y quedó solo en el centro del tablero.
En el primer movimiento del enemigo, un alfil negro cruzó el campo y lo puso en jaque. El Rey intentó huir, pero sin su ejército, no tenía cómo defenderse.
Al siguiente turno, un peón negro, humilde pero valiente, avanzó y lo puso en jaque mate.
Desde entonces, cuentan los tableros que el Rey aprendió una gran lección: Hasta el más humilde peón vale más que un rey que no sabe trabajar en equipo.